El océano Atlántico. Esa salvaje, traicionera y despiadada masa de agua. Un océano misterioso que inspira miedo en aquellos que escuchan las historias de los miles de hombres que perdieron la vida en su inmensidad azul. Un océano que impone respeto a aquellos que todos los días arriesgan, en sus aguas, sus vidas para ganarse el pan. El Atlántico es, como no cabia esperar de otra forma, generador, director y última consecuencia de este refugio en la costa de las Islas Orcadas.
La Casa en el Acantilado fue concevida como un lugar seguro frente a las inclemencias del mar, que no busca otra cosa que ensalzar el contexto en el se sitúa. La idea directriz del proyecto es la de habitar una gruta, al igual que hacen en esas mismas latitudes los frailecillos; para ello se diseña una vivienda que adentrándose en la roca, mira con prudencia al mar. El frente totalmente acristalado, junto con las generosas alturas de techo y el patio sin fin, permiten que la luz natural entre de forma generosa en la construcción. Esta vivienda para una familia de tres personas, desarrolla su programa de forma descendente, situándo en los niveles superiores los ambientes más públicos y relegando a los inferiores los más privados. En los interiores, se puso especial hicapié en la tectónica y la crudeza de los materiales que se empleaban, sin dejar por ello de lado las nuevas tecnologías y la domótica.
El proyecto es, en definitiva la materialización del respeto, miedo, curiosidad y devoción de que el mar provoca en cada uno de nosotros. Ese agente que desde los inicios de los tiempos ha determinado nuestras vidas y que es por el momento nuestro mayor desconocido.



